Y la vida te atraviesa como un millón de cristales de ese espejo que no te refleja como tú te ves; que solo muestra el envoltorio de lo que realmente eres, lo que el resto ve. Pero sabes que no eres la única. El tiempo corre por tus venas como sí fueras un reloj de arena que deja pasar las horas sin más. Pero no, no eres la única. Los versos se silencian en el precipicio de tus labios, para salir más tarde rebotando en cada esquina de esa habitación. Pero no eres la única. Y te preguntas qué más habrá ahí afuera, fuera de ti. Esperas un cambio (como tantas personas más) mientras te torturas mirando ese espejo ya roto que esparce tu mirada por cada rincón. Pero en cambio, sabes que no eres la única. Y cuando al fin levantas la cabeza y miras al frente, ahí está él, levantando la mirada del suelo también. Con un espejo roto a sus pies y una sonrisa despertando el latido de su corazón. Y del tuyo.
Y es que no, no eres la única que se lo ha preguntado. Pero le has encontrado en ese mar de dudas y, ¡qué sé yo!; tal vez haya valido la pena naufragar.