Y son las pequeñas cosas las que al final perduran, las que al mirar atrás mejor se recuerdan. Las sonrisas a destiempo, las declaraciones susurradas al oído, las caricias que vinieron tras los susurros... El reflejo de una puesta de sol en sus ojos, un perfume, una canción... Una flor, quizás. El problema es que a veces tenemos demasiada prisa como para darnos cuenta de estos pequeños detalles. Vamos por la vida a demasiada velocidad, y no reparamos en que a veces es mejor echar el freno y pararnos a mirar a nuestro alrededor. Quedarnos en silencio y observar como funciona el mundo, y tal vez llegar a comprenderlo un poco mejor. Pero no... Siempre tenemos que llegar a algún sitio, ver a alguien, hacer esto o lo otro. Nunca tenemos tiempo para escuchar, para entender, para esperar. Y seguimos acelerando. Aceleramos una y otra vez. Para llegar a tiempo. Para llegar antes de tiempo. Y ya no nos damos cuenta de los pequeños ni de los grandes detalles.
Y solo cuando llegamos a nuestro destino nos percatamos de que hemos atravesado corriendo todo París sin darnos cuenta siquiera de que la torre Eiffel estaba justo ahí...
Stiamo correndo troppo attraverso la nostra vita